I. Apostasía de Inglaterra. La patria de Wiclef, donde las clases altas estaban en gran parte infestadas por el indiferentismo religioso, fue empujada al cisma por la sensualidad del rey Enrique VIII (1509-47) y llevada a la herejía en tiempo de su hijo Eduardo VI (1547-53). Enrique VIII exigió al Papa Clemente VII que declarase nulo su matrimonio con Doña Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos; y como el Papa hubiera dado (23 de Marzo de 1534) sentencia definitiva en favor de la validez de dicho matrimonio, Enrique VIII apartó sus Estados de la obediencia de Roma, hizo que el Parlamento, a ejemplo de los Príncipes protestantes de Alemania, le declarase Cabeza suprema de la Iglesia nacional “para aumento de la piedad y religión cristiana en este reino de Inglaterra” (3 Noviembre 1534), y exigió que todos sus súbditos reconocieran este derecho suyo en el juramento de fidelidad, so pena de ser castigados como reos de lesa majestad. El autor de todo este plan, Tomás Cromwell, fue nombrado Vicario General del rey, y mientras una parte del clero se sometía al juramento, el obispo de Rochester y cardenal, Juan Fisher, el antiguo Canciller Tomás Moro y otros, murieron como mártires de la fe por la defensa del Primado del Papa. Como la resistencia principal contra la supremacía eclesiástica del rey procedió de los monasterios (Cartujos y Franciscanos) y los bienes de éstos excitaban la codicia del monarca, fueron destruidos más de mil y algunos de sus moradores sufrieron el martirio. Con refinado artificio se suprimió primero los conventos pequeños (1536) y luego los grandes (1539) y otras comunidades eclesiásticas. Sus bienes se aplicaron a aliviar las cargas del Estado, pero en parte fueron robados y en parte prodigados por los ejecutores; por lo cual las deudas del Estado aumentaron y los pobres se multiplicaron en proporción tremenda. Pero a pesar de los apremios del arzobispo Crammer y de Lutero, no se pudo persuadir al rey que abrazara el Luteranismo. Sus máximas religiosas eran su supremacía, la validez de su matrimonio con Ana Bolena y la nulidad del anterior con Catalina. Antes exigió a los luteranos, so pena de muerte, que admitieran el Estatuto de los seis artículos: la Transubstanciación, Comunión bajo una especie, el celibato, la validez de los votos monásticos, la misa por los difuntos y la confesión auricular. Así, mientras se ahorcaba a los católicos que rehusaban el juramento, como reos de lesa majestad, el luterano Crammer quemaba como herejes a los luteranos. – A Enrique VIII sucedió su hijo Eduardo VI de nueve años de edad, como Papa de la Iglesia de Inglaterra, bajo la tutela de su tío el Duque de Sommerset. Entonces se derogó el Estatuto, y Crammer, auxiliado por teólogos protestantes del Continente (Burzero, Vermigli, Ochino), compuso un Homiliario, el “Book of common prayer” o nueva Liturgia (1548) y 42 artículos dogmáticos (1552), con lo cual el Protestantismo quedó organizado por el Rey y el Parlamento. La nueva Liturgia suprimía la Misa e introducía la Comunión bajo ambas especies, pero por respeto a los usos católicos del pueblo, dejaba lo demás de la antigua Liturgia. - El breve reinado de María la Católica (1553-58) que procuró restablecer el Catolicismo, no produjo resultados duraderos.
Su sucesora Isabel (1558-1603) aunque en su coronación, verificada según el rito católico, había jurado conservar en el país la católica religión, hizo triunfar el Protestantismo. En 1559 se volvió a introducir por ley el juramento de supremacía que habían de prestar los clérigos, y la Liturgia revisada por Crammer, con prohibición de la Santa Misa (Act of uniformity, aprobado en la Cámara de los Lores por sólo tres votos de mayoría). Los 42 artículos de Eduardo VI fueron refundidos en 1563 reduciéndolos a 39, y aprobados en 1571 por el Parlamento como los 39 artículos simbólicos, mezcla de calvinismo y catolicismo, rechazados por muchos de los protestantes (Puritanos) y base de la Iglesia episcopal inglesa. Conservan la jerarquía de obispos, presbíteros y diáconos y su ordenación, no admiten más sacramentos que el bautismo y la Cena, niegan la transubstanciación, la misa, el purgatorio, el culto de los santos y de sus reliquias y el Primado de Roma; siguen la doctrina protestante de la justificación y admiten la Tradición en cuanto no contradice a la Biblia. El empleo de terribles castigos fue reduciendo el número de los católicos, que al principio del reinado de Isabel eran todavía dos tercios de la población, en términos que en 1630 no eran ya más que 150.000. Aun después de la muerte de Isabel siguió la opresión de los católicos bajo los Estuardos, por una fanática legislación, y muchas veces degeneró en persecución declarada. Hasta la revolución americana y la francesa, no aprendieron los gobernantes ingleses a usar con ellos de justicia y equidad.
1. La causa matrimonial de Enrique VIII, Al principio de la apostasía de Lutero, Enrique VIII había demostrado gran celo por la causa católica, llegando a escribir contra el heresiarca un libro, “Assertio septem sacramentorum” (1521), que le valió de la Santa Sede el título de “Defensor fidei”, y de Lutero, groseras injurias.-En 1509, con la competente dispensa pontificia, se había casado con Doña Catalina de Aragón, viuda, tras brevísimo matrimonio de su hermano Arturo, de la cual tuvo Enrique cinco hijos. Pero desde 1526, este rey sensual, que vivía ya hacía años en adulterio, con Ana Boleyn. Prestóse a secundar su plan su ambicioso ministro el Cardenal Wolsey (m. 1530), y ambos agotaron todos los medios para lograr de Clemente VII la declaración de nulidad; pero inútilmente emplearon para ello las promesas, el soborno y la mediación de Francisco I de Francia. Se sacaron dictámenes de Universidades, declarando inválido el matrimonio entre cuñados, y se amenazó con separar de la Iglesia a Inglaterra. El Papa, recién salido de su cautividad, condescendió al rey hasta donde se lo permitió su conciencia, y envió a Inglaterra a Campeggio para formar allí el proceso; pero la reina apeló al Papa, y como en Roma apareció pronto su derecho, Clemente VII no pudo hacer más que dar largas al asunto para ver si entretanto se enfriaba la furiosa pasión del rey. Este comenzó a ejecutar sus amenazas haciéndose reconocer como Jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra (1531); lo cual aceptaron los obispos con la cláusula: “en cuanto lo permite la ley cristiana”; además, suprimió las annatas; pero no pudo sin embargo mover al Papa a ceder; y cuando se celebró el matrimonio de Enrique con Ana, que estaba ya en cinta (1533), en Roma se declaró solemnemente la validez de su matrimonio con Doña Catalina (1534, murió 1536). Ana dio a Enrique una hija, Isabel (que fue luego reina); pero en 1536, fue acusada de adulterio y decapitada; y el sensual monarca se casó el día siguiente con Juana Seymour, haciendo que el vil Crammer declarase inválido el matrimonio con Ana. Juana murió a los dos días del nacimiento de su hijo (que fue luego Eduardo VII), y la sucedieron en el tálamo regio, Ana de Cleves (falleció), Catalina Howard (fue ejecutada) y Catalina Parr, única que logró sobrevivir al mujeriego Enrique; el cual, a pesar de haber usurpado los bienes eclesiásticos, vivió siempre en apuros financieros, y gravó su país como ninguno de sus predecesores.
Es falso que Clemente VII diera licencia al rey para la bigamia. Solamente indicó, que había teólogos, que admitían tener el Papa facultad para concederla; pero habiéndolo consultado con los cardenales, negó después resueltamente semejante posibilidad. Si personalmente abrigó el Papa dudas sobre este punto, debió entender mal la opinión de Cayetano, el cual enseñó que la poligamia, había sido permitida en la ley natural y en la mosaica, pero no en la cristiana. Es verdad que envió al rey una Bula simulada, en que le hacía peligrosas concesiones (aunque no la de bigamia); pero mandó que sólo se leyera al rey y luego se destruyera, de modo que no pudiese alcanzar ningún efecto judicial. Wolsey había solicitado aquella Bula sólo para demostrar al Rey que había hecho en su favor todo lo posible; intentando con esto salvar su situación y conservar el favor real.
2. María la Católica (o como la llaman los protestantes, la Sanguinaria), hija de Enrique y de Catalina de Aragón, ocupó el trono a la muerte de su padre; bien que hubo de vencer una sublevación del Duque de Northumberland, el cual había hecho proclamar a su nuera Juana Gray, nieta de la hermana menor de Enrique VIII. María se casó con Felipe II de España, con lo cual provocó otra sublevación con los protestantes. Resuelta a volver a implantar en Inglaterra el Catolicismo, lo procuró primero por medios suaves, con el auxilio del Cardenal Reginaldo Pole. Ambos Parlamentos votaron, casi por unanimidad, la reconciliación de Inglaterra con Roma, se levantó el interdicto que pesaba sobre el reino, y el Papa renunció a muchos de los bienes arrebatados. Pero las repetidas sublevaciones protestantes, y los ataques de los predicadores contra la reina, obligaron a ésta a renovar (contra las representaciones de Pole) las rigorosas leyes antiguas contra la herejía. Fueron ejecutadas unas 280 personas, entre ellas Crammer y los obispos Latimer y Ridley. Estos rigores acarrearon entre los protestantes el título de sanguinaria (bloody Mary), el cual no mereció; pues los más de los ejecutados eran reos políticos, y en comparación con su padre Enrique y su hermana Isabel I, mejor se la habría de llamar la blanda. Murió de hidropesía el mismo día que el Cardenal Pole (15 Nov. 1558).
3. Isabel I y los Estuardos. A María la Católica, hubiera debido suceder como legítima heredera del trono, María Stuart, nieta de Margarita, hermana mayor de Enrique VIII; pues Isabel I era adulterina; por lo cual el Papa Paulo IV no la pudo reconocer por reina y se ofreció como juez arbitral entre ella y María Stuart. Esto llenó de furor a Isabel, la cual, siguiendo su propia inclinación, implantó en Inglaterra la iglesia protestante. Primero exigió el juramento de supremacía, con lo cual se excluyó al Clero católico: todos los obispos, excepto uno solo, lo rehusaron; por lo cual fueron depuestos y condenados a cárcel perpetua (1559). En su lugar se pusieron obispos protestantes que consagró Matías Parker, el cual había sido maestro de la reina, y fue nombrado arzobispo de Canterbery. Los religiosos fueron expulsados, y una gran parte del Clero inferior, que rehusó el juramento, fueron depuestos, lo mismo que la mayoría de los profesores universitarios. Pronto hubo falta de sacerdotes católicos, por más que se fundaron en el Continente seminarios de ellos, como el de Douay, fundado en 1568 por Guillermo Allen, y el de Roma que fundó Gregorio XIII en 1579. Pero los escasos sacerdotes que salían de aquellos seminarios no bastaban, aunque aumentados con los jesuitas, y fueron en parte ejecutados. Desde 1562, se llenaron también las cárceles de legos que oían misa o se negaban a asistir al culto protestante; y se les obligaba a pagarse el sustento. Desde 1863 se exigió el juramento de supremacía a los miembros de la Cámara de los Comunes, a todos los empleados y maestros, y las multas y exacciones no tenían fin. En 1570, el Papa fulminó, finalmente, la excomunión contra Isabel y pronunció su deposición, y los Condes del Norte acudieron a las armas para defender su fe; pero fueron vencidos y ejecutados muchos centenares de católicos, contra los cuales se dieron leyes que declaraban reos de lesa majestad a cuantos tuvieran a la reina por hereje o ilegítima, a los que se procurasen bulas pontificias o en virtud de ellas absolvieran o fueran absueltos. Para defender la Supremacía regia, se erigió en 1571 una Alta Cámara o Comisión, especie de tribunal inquisitorial de la peor clase, el cual no estaba obligado a guardar los trámites legales. Formáronse delatores y espías de los sacerdotes y católicos. Un Bill de 1581 impuso, a los que dieran o recibieran la absolución sacramental, la pena de los traidores (horca y descuartizamiento); enormes multas por oir o decir misa; multa de 20 libras esterlinas (100 duros) mensuales por no asistir al culto protestante; pena de muerte al que albergara a un sacerdote. Estas leyes se ejecutaron hasta la muerte de aquella horrible mujer.
Muerta Isabel I, los tres reinos británicos se reunieron en el hijo de María Stuart, Jacobo I, el cual había recibido educación puritana, y a pesar de haber prometido libertad al culto católico, puso en nuevo vigor las leyes persecutorias, pretextando la Conjuración de la pólvora (5 Nbre. 1605); la cual, habiendo sido obra de algunos que, seducidos, a lo que se cree, por los fautores del Gobierno, quisieron hacer volar el Parlamento con el rey, se atribuyó a los jesuitas y a la Religión católica. Exigióse, pues, un juramento de fidelidad en que se contenía el de supremacía y el desprecio de la Religión católica, y se encarceló y se confiscaron los bienes a los que lo rehusaron. - Bajo Carlos I (1625-49), casado con la princesa católica Enriqueta de Francia, continuaron los católicos siendo víctimas del odio de los protestantes. - Entretanto, el espíritu democrático de los puritanos produjo la Revolución, que comenzó por el levantamiento de los escoceses, condujo al rey al cadalso, y estableció en Inglaterra una República puritana. De esta suerte, en cien años, pasó Inglaterra por todas las fases de revolución religiosa y política. El Protector de la República, Oliverio Cromwell, persiguió también a los católicos porque habían estado al lado del rey. - Tampoco pudo mejorar su condición el rey Carlos II, aunque les era favorable, pues el Parlamento les cerró la entrada a todos los cargos públicos (1673) por el bill del test, exigiendo a todo el que entrase en un cargo el juramento de supremacía, la comunión anglicana y la negación de la Transubstanciación. En 1678 dio nueva ocasión para perseguirlos la conjuración, que calumniosamente les atribuyó el corrompido Titus Oates: las cárceles se llenaron de católicos, y seis jesuitas y otros muchos murieron en el cadalso. - El católico Jacobo II (1685-88) dio en 1687 un edicto de tolerancia para los católicos y disidentes; pero con esto provocó una sublevación, la cual aprovechó su yerno Guillermo de Orange, Statouder de Holanda, para destronarle y apoderarse de su corona. Entonces se dieron leyes por las que se excluía del trono a los católicos, y se eximía de la fidelidad a los vasallos, si el rey se hiciera católico o casara con una princesa católica. Mientras el edicto de tolerancia de 1689 aprovechaba a los non-conformists (excepto a los Socinianos), los católicos fueron de nuevo perseguidos, aun cuando subió al trono la Casa de Hannover (1702).
II. El Protestantismo en Escocia. El Gobierno tenía en Escocia demasiada mano en la provisión de los oficios eclesiásticos; por lo cual entraron en ellos no pocos indignos, y así, el Clero degeneró, y el pueblo cayó en la ignorancia religiosa: pero sobre todo la Nobleza, empobrecida y codiciosa de los bienes eclesiásticos, estaba preparada para la reforma. Al principio, sin embargo, procedió el Gobierno con rigor contra los predicadores protestantes, algunos de los cuales fueron ejecutados como herejes. Mas cuando hubo muerto Jacobo V (1542) y le sucedió su hija de ocho años María Stuart, bajo la regencia del Conde de Arrán y luego de la reina madre María de Guisa (1554), la reforma, ayudada por Enrique VIII, comenzó a hacer notables progresos. Los nobles que aspiraban al Poder, se aliaron en 1557 en una “Congregación del Señor”, para combatir a la “Congregación de Satán”, o sea a la Iglesia católica, y el furioso predicante calvinista Juan Knox, fanatizó al populacho y le llevó a asaltar los templos y destruir las imágenes. Verdad es que la Regente venció con auxilio de Francia a los rebeldes apoyados por Inglaterra; no obstante, en 1559 se otorgó a los protestantes la libertad de religión, y no contentos con ella, procuraron con violencia la “extirpación de la idolatría”, de modo que, al morir la Regente, la Religión católica estaba allí destruida. El Parlamento suprimió la jurisdicción pontificia, penó el decir u oír misa, con destierro y confiscación de bienes, y a la tercera vez con pena de muerte. Las iglesias y monasterios fueron presa del vandalismo; y sus bienes, de la codicia de los nobles. Knox, con su Código disciplinar, organizó la Iglesia conforme a las prescripciones de Calvino, y cuando en 1561 María Stuart, viuda de Francisco II de Francia, regresó a Escocia, no tuvo fuerzas para contrarrestar a la Nobleza rebelde y al pueblo fanático; de suerte, que Knox se negó a permitir el culto católico aun en la capilla de la reina, la cual fue obligada a dejar el reino a su hijo Jacobo VI (de edad de 13 meses) y luego expulsada, quedando por Regente su hermanastro Murray, que hizo todo lo posible por extirpar el Catolicismo. El número de los que perseveraron católicos fue disminuyendo de año en año. En 1592, el Parlamento declaró religión del Estado el Puritanismo, el cual se sostuvo a pesar de los conatos posteriores de los Estuardos para implantar allí la Iglesia episcopal anglicana.
María Stuart, para tener un poderoso auxiliar, casó en 1565 con su primo Darnley; pero su matrimonio no fue feliz, y la situación de la reina, dificilísima por su empeño de volver el reino a la Religión católica, y las intrigas de su parienta Isabel de Inglaterra y de su propio hermanastro el Conde de Murray. El 9 de Febrero de 1567 fue Darnley asesinado, y los conjurados fueron dados por libres, por estar asimismo los jueces comprometidos en la conjuración. Uno de ellos, el Conde de Bothwell, se apoderó de la reina, y abusando de su desamparo la obligó por los más escandalosos medios a casarse con él. Una rebelión de los nobles la redujo a prisión y la obligó a abdicar. Libre de la prisión, eventuró una batalla contra su hermano Murray, y vencida, hubo de huir a Inglaterra (1568), donde Isabel, en vez de darle auxilio, la encarceló, y al cabo de 19 años de prisión la hizo decapitar (1587), Su rebelde hermano Murray la acusó de adulterio y complicidad en la muerte de Darnley; pero apenas puede quedar duda sobre la falsedad de los documentos en que apoyó su acusación.
III. Sufrimientos de los católicos en Irlanda. La mayor parte de Irlanda estaba, al estallar la reforma, unida personalmente con Inglaterra, y el resto fue conquistado en tiempo de Isabel. Desde 1535 se quitó a los católicos su más firme apoyo, suprimiendo los monasterios, y se asaltaron las iglesias y destruyeron las imágenes; y aunque el Parlamento irlandés admitió las leyes de Enrique VIII, el pueblo se negó a ello. En tiempo de Isabel se estableció allí también la iglesia anglicana, y se pusieron clérigos de ella; pero los obispos católicos permanecieron firmes y el pueblo siguió casi todo católico; por lo cual las leyes de Isabel no pudieron ejecutarse, por más que hicieron algunos mártires. - Sin embargo, en el tiempo siguiente, varias veces fueron expulsados los clérigos y se procuró hacer el país protestante por medio de la violencia; y viendo que no se conseguía, se proyectó una legislación destructora, y se aplicó con inhumanidad de que apenas hay otro ejemplo en la Historia. Los irlandeces habían de quedar reducidos a la condición de mendigos y privados de derechos se confiscaron los diez onzavos de su territorio y se entregaron ingleses; se pusieron tales límites a la industria y comercio, que los irlandeces no pudieran llegar a alcanzar bienestar, y se les quitaron los derechos políticos. Acosado mortalmente, se levantó el pueblo en 1641 para defender con las armas su existencia y su fe; pero el éxito duró poco; Cromwell volvió a someter la isla en 1653 la devastó y asoló por terrible modo, hasta creer poder confinar a todos los irlandeces, bajo pena de muerte, en la Provincia de Cornaught. Algún alivio tuvieron bajo los últimos Estuardos, pero la Casa de Orange los volvió a perseguir sin tregua hasta fines del siglo XVIII.
Al presente, apenas podemos formarnos exacta idea del sistema de servidumbre que en el siglo XVIIII pesaba sobre los desgraciados irlandeces. El católico estaba privado de su voz activa y pasiva en las elecciones, excluido de los oficios de juez y abogado, del ejército y de la marina y de todos los derechos políticos, y se le prohibía poseer armas. No podía adquirir de los protestantes, por ninguna forma, alguna parte del suelo, ni arrendarla por más de 30 años, y si aumentaba su rendimiento, había de aumentar asimismo el censo. Si quebrantaba estas leyes, cualquiera protestante, acusándole al juez, podía apoderarse de la finca. No podía poseer un caballo de más de 5 esterlinas, y cualquiera protestante podía apoderarse del caballo de un católico pagando ese precio. El comerciante católico no podía establecerse en una ciudad sino por tiempo limitado y había que pagar un tributo especial; el tejedor no podía tener más que dos aprendices. El hijo mayor, si se hacía protestante, obtenía todo el patrimonio; cualquiera otro hijo, una parte de él, y la mujer se libraba con la apostasía del poder del marido. Ningún católico podía ser tutor, ni tener escuela, ni frecuentar una escuela extranjera ni las del país sin riesgo de su fe. No podían los católicos tener más que capillas sin torre ni campanas; habían de sostener a sus clérigos y pagar derechos de estola a los anglicanos. “La memoria de este Código será siempre un baldón para la Humanidad y terrible monumento de la decadencia moral de la protestante Inglaterra”.